prepagos en buga en español

July 18, 2023

Escorts, Prepagos, Putas, Dama de Compañia

Mientras María Magdalena abría las piernas y doblaba el espinazo buscando el sustento diario, los hijos crecieron entre bares y casas de putas, ollas de bazuco y escondites de cosas robadas; pero como toda madre que ama a sus hijos, siempre desea lo mejor para ellos, y que su misma vida de necesidades y limitaciones, no se repita en ellos, los mandó al colegio para no repetir la historia de sus padres.

Los chinos los matricularon en un colegio público, con notas cercanas a la media y registro de numerosas inasistencias a clase, cursaron a troncas y a mochas con ayuda y apoyo de maestros que les mostraban afecto y que registraban sin prisa y sin dudas las ausencias de los hermanos en días u horas diferentes, a solicitud de la acudiente que en el registro de la institución no era María Magdalena.

María Magdalena, era una niña que siendo bebé se ganaba todos los miramientos, aunque de niña tenía una contemplación curiosa y triste. Y estudio el bachillerato rebuscándose la vida. Su desarrollo físico y psicológico la fue convirtiendo en una sensual y bonita adolescente, alta, de 1,75 metros de estatura, armoniosamente proporcionada, con una cabellera castaña que escondía delicadamente la espalda, y unos copos de algodón que disimulados por una blusa verde mango, se antojaban turgentes como volcanes voluptuosos. 

Tenía una cintura de avispas y su tronco era perfecto para la pelvis, era una sincronía armoniosa de cuerpo y caderas, muy difícil no mirar, era muy arduo para los ojos evitar esa mirada e imposible para el cuello no voltear y seguir ese movimiento.  Sus piernas eran dos juveniles y simétricos brotes; eran dos imberbes y equilibrados cogollos torneados, acicalados por atrayentes rodillas que finalizaban sus extremidades proporcionadas en un todo perfecto, incitando la  admiración de géneros de toda índoles, ya que en su camino encontraba, ya en la vía, ya en el colegio, ya en un hotel, o en la Basílica, a la que siempre fue  desde niña todos los domingos a ofrendar sus alegrías y sus dolores en la Basílica del Señor de los Milagros de Buga que luce esperanzado sobre las almas en pena postradas al madero.

María Magdalena multiplicó la jornada laboral, fuera en las casas de familia haciendo el aseo en el lapso del día, o en la casa de citas, donde nunca había que hacer citas porque las putas ya estaban listas, trabajaba en horas nocturnas, y con ahorros y esfuerzos llevó a la mesa el sustento y a los cuerpos de los niños, el vestido, y a sus espíritus, el afecto de una madre que hacia todo y de todo para que los hijos no sufrieran las necesidades en las que ella, creció.

Compartir albergue con otras familias, cada una en un pequeño segmento de espacio, donde la cocina, el lavadero, el patio de ropas y el baño, es comunitario, es como poner a comer perros y gatos en una misma vasija. Criar niños sin la figura del padre, que por lo general permanecen encerrados en la pieza y si se apiade la mamá; para que la dejen dormir, porque todas las noches trasnocha; los deja salir, es como conseguir enemigos gratis, los muchachos con sus gritos, juegos y llantos, incomodan a los otros arrendatarios y el dueño o subarrendador de la casona, encuentra la excusa perfecta  para presionar a la mamá, por los daños e incomodides que causan los críos, con esto logra recompensas sexuales y si no se lo da, la amenaza para decirle que no le arrienda más la habitación.

 

La madre de María Magdalena fue una mujer joven, que siendo volantona, llegó a Buga, desplazada, con sus progenitores, por las operaciones militares del grupo guerrillero alzado en armas en el que participaron dos clérigos persuadidos que tomando las armas, redimirían a los necesitados de los yugos que imputan los que acumulan las productivas tierras o se consiguen coimas y atracan las arcas públicas exhibiendo el dominio político y monetario que  han permitido las sumas de votos que los mismos desprovistos de todo han mercadeado por tejas y mercados en los sufragios.

Las penurias y el hambre, el medio y el ruido  propio de Buga, sumado al anhelo de ropa y vestido, perfumes y alhajas, con el maltrato y  deseo carnal del padrastro, más el silencio consentido de la madre, empujaron a María Magdalena a experimentar,  intercambiando besos por regalos, caricias por monedas, sudor mal oliente de borrachos que pagaban el doble en billetes de cincuenta mil por estar una hora con una cándida y lozana joven que simplemente se rebuscaba como satisfacer  sus miserias  y tener una ropa y comida decente, como tantas otras chicas que trabajan en el negocio de putas.

 

María Magdalena principió a buscárselas en el terminal de transporte terrestre, y en sus vías y carreras contiguas, en las sombras, bombillas rojas marcaban la llamada zona de tolerancia. Y en ella, rebosaban los bares con putas de todas las estirpes, hoteles, hoteluchos y pensiones baratas y casas de citas. A una de estas, llego en búsqueda de una amiga que le había aconsejado en el inquilinato cuando estaban lavando ropa.

Como cualquier trabajo, María Magdalena intercambiaba sucios billetes de manos de  hombres mayores, que cada fin de semana, por caricias fingidas de una fresca mujer que solo buscaba trabajar para vestirse y participar algunos billetes a su sumisa madre que usualmente lloraba, sola y en silencio, mientras hacía malabares para poner en la mesa un plato de sopa a los  hermanos que se sucedían en términos de un año como mucho, ninguno había llegado por gusto y todos vivían sin anhelo, tenían que construir un camino de espinas y piedras, sin guía y sin brújula buscando amaneceres,  con hambre, con sed y sin abrigo.

 

Pasó un rosario de meses, dormitando de día y pernoctando de noche escudriñando entre trovas y trago, fumarolas de humo de cigarrillo y olor penetrante de basuco y marihuana, entre cobijas con más de ocho acostadas, con olor a orín, y tragos obligados para pasar la amargura; siempre buscando donde conseguir más billetes.

 

Resultó embarazada de un paisa que llegó hablando mierda tratando de conquistarla, cuando la vio, la acostumbró a decirle cosas bonitas y pagarle con generosidad por el trabajo realizado, la charló tanto que la convenció y se lo dio sin condón, cuando se dio cuenta que uno de sus espermatozoides había vencido en la carrera por los óvulos de la guapa mujer, desapareció. Ella   que había presumido de haber encontrado al macho que le brindaría, además de caricias y cuidados, techo, amor y vivienda.

Del paisa que la embarazó nunca se supo,  pues no regresó jamás y nunca se volvió a tener noticias del tipo, abandonando a María Magdalena que  flotaba en un mar de llanto, la dejó entre coplas que pugnan  por las afligidas novelas de las desamparadas que cuentan que el tiempo y la distancia, son el único remedio para dejar de lado a los desgraciados que  presumen detallando los hímenes destrozados de niñas inocentes que por unos billetes,  por un celular o el vestido o el jean de última moda, otorgan la virginidad a tipos que no recuerdan que brotaron de una mujer  y muchos también tienen hermanas, que, al igual  que ellas, están en la danza de la vida sobre la rueda de la compensación.

María Magdalena pario su primer hijo en una noche de lluvia, en una negra noche de tempestades. Fue atendida por la comadrona que se apiadó del sufrimiento de la joven, que se enteró que sería madre, una noche sin luna cuando se bañaba a platonadas en el lavadero del inquilinato donde rentaba una pieza, igual que otras prostitutas que vivían con sus hijos, y encontró inflada su juvenil barriga.  

Las prostitutas siempre han sido, marcadas con la indiferencia y el desprecio social, actúan unidas y solidarias entre sí. A María Magdalena, una amiga, Catalina, le ofreció un espacio en la habitación del inquilinato que esconde madres abandonadas con niños pequeños que dejaban durmiendo mientras en las noches salen, cual mochuelos, a rebuscar clientes; ya en el San Andresito, en las calles, o en una cantina.  Difícil faena que debió practicar en una casa de putas para obtener ingresos y permanecer viva en la jungla de hormigón en la que sus habitantes viven a las corridas, afligidos y necesitados de efímero afecto.

Las trabajadoras sexuales, es un gremio unido, y entre ellas, actúan como una hermandad para defenderse, ya del policía que las lastima, las persigue y explota; ya del coyote, ya del corrompido, ya de los que pretenden volarse sin pagar la prestación del servicio, ya de los patrones de inquilinatos.  

Varias mujeres hicieron un baby shower para apoyar a María Magdalena, que un par de semanas después, hizo trabajo de parto, acompañada por una comadrona que ocasionalmente acudía al trabajo más viejo del mundo para ayudarse cubriendo los gastos.

 

La niña creció, se convirtió en una agraciada y bien hablada joven, con más amigos que amigas, Fernanda, la hija mayor de María Magdalena empezó a vender chance en las tardes  y decían que tenía el don de  pronosticar el numero en el que caería la lotería que jugaba ese día y que los compradores de fortuna, creían que iba a caer  el número que supersticiosamente la vendedora recomendaba para surgir, sin voluntades, de las escaseces que hostigan a los apostadores que profesan que la fortuna no se combina con trabajo y ahorro, sino que se consigue encontrando a un número que cada semana una maquina establece al depositario del boleto que por maña y magia los trasmuta en poseedores sin necesidades materiales, o en potentados, con unos billetes con los que sufragan los compromisos por mercado en el comercio de la cuadra en la que normalmente pasan los días en la lucha permanente por el dinero para el diario vivir.

Fuera por imitación, por ropa o por un celular, la joven Fernanda como otras tantas niñas de la misma edad se convirtieron en prepago que una vendedora de obleas en el parque La Libertad, vendía el servicio sexual a extranjeros y adultos, que ante los demás, eran reconocidos como personas “de bien” que buscaban satisfacer sus necesidades sexuales con adolescentes y niñas.

Fernanda salió con un mototaxista hacer un servicio, en una curva por esquivar un hueco en la vía, la fuerza centrifuga de la motocicleta lanzó a la parrillera  a la orilla de la calzada mientras ella contestaba una cita  por el celular. Posteriormente el mototaxista contó que efectuaba un servicio para transportar a Fernanda a un motel.

La trágica muerte de la adolescente conmovió a la ciudad. Mototaxistas, taxistas, compañeros de estudio y curiosos atestaron la funeraria donde velaron por dos noches los despojos mortales de Fernanda. Algunos clientes, mucho amigos o admiradores que nadie conocía, con un conjunto vallenato y un mariachi escoltaron el cortejo fúnebre hasta el camposanto en donde la enterraron cual heroína transformada días posteriormente en un talismán de la suerte.

La autopsia reveló que la chica, de unos quince años, murió luego que su cabeza impactó contra una roca. La crónica roja del vespertino “Qu´hubo” refirió que la víctima había muerto al elevarse por el aire desde una moto en la que iba a modo de parrillera con un vecino, al caer la rueda delantera del vehículo en un hueco del pavimento en la curva que pasa por el puente en la que se hace torrentosa la quebrada Los Santos.

 

La tumba de Fernanda permanece con flores y es visitada todos los días, -en especial, los lunes-  por quienes juegan al chance o compran lotería convencidos que otra vez el alma joven de la adolescente indicará el número que esa noche los puede proveer del dinero para pagar deudas, comprar algún electrodoméstico, pagar las polas de fin de semana, o tener efectivo para el mercado de la semana por comenzar.

 

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