prepagos escorts popayan en español
April 22, 2025

### **Título: Semana Santa y las Sombras de Popayán**
---
Dios y el hombre están en desacuerdo. Durante Semana Santa, Popayán se convierte en la ciudad más sagrada. ¿Quién se atrevería a cometer adulterio mientras, a pocas cuadras, vírgenes y santos desfilan ante miles de devotos en procesiones solemnes? Hay una respuesta a esa pregunta: José Fabio, quien desde el viernes pasado lleva una juerga interminable—una noche de fiesta que sin querer se convirtió en siete. El tiempo vuela cuando te diviertes.
Popayán, abril. Jueves Santo. De camino al hotel, le pregunté al conductor dónde encontrar "[chicas](https://lacelestina.co/)". Debió malinterpretarme, porque me recomendó—como después supe—no un burdel, sino un "brincolín": El Oasis. Evidentemente, teníamos ideas muy distintas sobre lo que constituía una "chica". Otro taxista, al escucharme, sin dudar me llevó a La Piedra Sur, un tramo de la vía a Pasto bordeado de prostíbulos. En la primera curva aparecieron tres: Arizona, Kassandra's y El Solar, uno junto al otro. Arizona hacía honor a su nombre—desolado como un desierto norteamericano. La puerta de Kassandra's estaba abierta, pero una reja bloqueaba el acceso. "Se han ido todas", me dijo un niño asomado a la ventana. No insistí.
El Solar parecía mi última esperanza, pero al acercarme encontré puertas abiertas y portones cerrados. Al lado, una casa hundida albergaba supuestamente a trabajadoras sexuales que llevaban días sin salir. Bajé unas escaleras empinadas hacia un lugar de paredes rojas y húmedas, ventanas enrejadas y puertas de metal descascarado. Tras tocar el timbre, Valentina me abrió. Era negra, con un labio superior prominente que capturó mi mirada. La conversación fue torpe, sus respuestas vagas. No había ido a Cali pero trabajaba los miércoles con otras dos que se quedaron. "Si llega un cliente, lo atiendo. Cincuenta mil pesos por un rato". Jueves y Viernes Santo eran días sagrados, explicó, y la gente los respetaba.
Busqué luego [prostíbulos](https://lacelestina.co/) fuera de La Piedra. Rafael, el taxista que llevaba a su hijo de diez años, mencionó con reticencia dos lugares: Los Helechos y Punto 30, ambos al norte. Solo se podía llegar en colectivo—los taxis arriesgaban multas. Por 40.000 pesos, valía la pena el riesgo.
La tarde estaba cálida, sin rastro de la lluvia que se avecinaba. Veinte minutos después llegamos a Los Helechos, una fachada blanca que presumía ser el mejor burdel de la ciudad—aunque eso no era decir mucho. Marta Navarro, la administradora rubia teñida, nos recibió con orgullo cansado. "Hoy no hay servicio", dijo. "Nunca abrimos en días santos. Las chicas vuelven el sábado". Punto 30, nuestra siguiente parada, era una fortaleza azul con solo una ventana enrejada hacia la calle. Un joven con camiseta de la selección me despachó: "Hoy no hay chicas. No insista".
El cielo se tiñó de rojo. Se acercaba la lluvia. Regresé a la casa hundida cerca de El Solar. Valentina, ahora hosca, llamó a Sandra y a José Fabio, que dormían la mona de seis días de fiesta. Sandra me guió a una habitación con colchones desnudos, paredes descascaradas y una sola bombilla. José Fabio, balbuceante e insistente, secuestró la conversación. Sandra, madre de dos hijos de 28 años, se esfumó. Nos fuimos, recogiendo a sus amigas en el centro mientras la procesión del Señor de Veracruz avanzaba bajo la lluvia.
En Casa Real, Sandra me presentó a Verónica—top rosa, tatuaje de diablo—que cobraba 50.000 pesos. Luego apareció Jessica, una chica de 18 años con rizos que anunció sin rodeos: "Soy trans". Entre tragos de ron, la charla derivó hacia la dualidad de Popayán: "Creen que esto es Jerusalén, pero es Sodoma". Para la 1 a.m., pagué y me fui. José Fabio, aún aferrado a su botella, suplicó que me quedara. "Dile a mi esposa que te ayudaba con tu artículo", farfulló. Me negué.
Al anochecer, tras la procesión fúnebre en San Francisco, volví a Casa Real. Jessica, envuelta en una sábana floreada, reinaba como una divina demente. César, el recepcionista gay, compartió sus sueños de implantes mamarios y un tatuaje de libélula. Mamut, un perforador llamado Eduardo, pasó por allí, la figura más cuerda de este circo santificado.
Caminé por Idema, el "local" de Jessica, pero las calles estaban quietas. Una mujer sola se apoyaba en un marco de puerta—¿trabajando o esperando? El centro histórico también flotaba entre lo piadoso y lo perverso. Me perdí de nuevo, esta vez tropezando con mi propia puerta, las contradicciones de la ciudad resonando en la plaza vacía.